
EL PRIVILEGIO DEL DON
Los que por profesión o vocación conocemos bien a los animales salvajes, sabemos que la pintura animalista es un arte difícil. Difícil porque exige la buena técnica del dibujante y los profundos conocimientos zoológicos del naturalista. Quizá por ello haya tan pocos animalistas buenos. Me atrevería a afirmar que Lalanda es el más perfecto que hemos tenido después de los geniales maestros de Altamira.” Con estas palabras de Félix Rodríguez de la Fuente, uno puede hacerse una idea de la importancia y trascendencia de la obra de Josechu.
Agraciado con el privilegio del don – palabra mágica que encierra el misterio de los que poseen esa cualidad única y especial que genera fascinación y los diferencia del resto- Josechu da vida a los animales en dibujos, pinturas y esculturas de una forma totalmente autodidacta e intuitiva, fruto de la observación y convivencia con la naturaleza desde pequeño. Este aprendizaje se debe en gran parte al hecho de haber crecido en un entorno campestre -en concreto los Montes de Toledo- donde su padre tenía una finca llamada La Salceda, en la que convivía con trabajadores de todo tipo de labores de campo, que sin saberlo darían las primeras lecciones de vital importancia para el artista: el respeto a los animales y el delicado equilibrio de la naturaleza; convirtiéndose, como bien define Félix, en un híbrido perfecto de naturalista y pintor de manera espontánea y vocacional.
No es de extrañarse…
No es de extrañarse que con dieciséis años publicara sus primeros dibujos en la revista Caza y Pesca: unas ilustraciones que acompañaban un texto de su hermano Marcial; y que su primera exposición once años más tarde en el club de Monteros -impulsada por Íñigo de Arteaga, el Conde de Yebes y Jaime de Foxá- resultase todo un éxito, con toda la obra vendida antes de la inauguración. Gracias a la repercusión de este suceso, comienzan a llegarle encargos para consolidarse profesionalmente y conocer a Félix Rodríguez de la Fuente, del que sería colaborador y amigo hasta el momento de su muerte en Alaska. De esta simbiosis surgieron maravillosos proyectos, entre ellos, programas de televisión como Fauna, Planeta Azul y El Hombre y la Tierra. Su memoria fotográfica y la rápida capacidad para materializar sobre el papel las historias que Félix le contaba, hizo que fuera el colaborador ideal que se adaptaba perfectamente a los requisitos televisivos de la época. Sin embargo, el colofón sería la Enciclopedia Salvat de la Fauna, lo que supuso tres años de intenso trabajo de investigación recopilando información de animales de todo el mundo.
Después de esta magnífica experiencia, Josechu viaja a Londres y se encuentra con Sir Peter Scott-ornitólogo, conservacionista y pintor, hijo único del célebre explorador de la Antártida Sir Robert Scott- a quien comenta la intención de hacer la Guía de las Anátidas de España que publican al año siguiente dedicándosela a este. Lalanda, además de dibujarla, pintó con acuarela todos los ánades, siendo en la actualidad una obra vigente que constituye una referencia indiscutible. Tal interés despierta el trabajo de Josechu en Inglaterra, que el propio Scott facilita la primera exposición en Londres en la galería Sladmore en 1975. Al año siguiente expone en Amsterdam y en la década de los ochentas su talento se exhibiría en Múnich, Chantilly, Birmingham o Las Vegas –por citar algunas ciudades-, triunfando clamorosamente ante público y crítica especializada. En 1984 recibe el Premio Artístico concedido por el CIC (Consejo Internacional de la Caza y la Conservación de la Vida Silvestre) en reconocimiento a toda su obra. Se trata sin lugar a dudas del galardón internacional más prestigioso para la pintura animalista y de caza.
Paralelamente a toda esta actividad artística, Josechu atiende a su labor conservacionista siendo uno de los socios fundadores de la SEO (Sociedad Española de Ornitología, miembro de BirdLife International) e ilustre colaborador de ADENA (Asociación para la Defensa de la Naturaleza, rebautizada como WWF España desde 2009). Con este esbozo, es fácil imaginar cómo el niño con alma de pintor albergó a buen recaudo ese don innato que convierte unos trazos de grafito en una atmósfera sentimental y bucólica que recrea el decorado de su infancia en La Salceda -punto de partida que marcó su destino- y refleja la fascinación que siempre sintió por la naturaleza. Toda una vida consagrada al arte animalista, dejando un vasto legado que adquiere gran relevancia por su valor genuino y artístico y que además atiende a la razón última de este espacio: la difusión de su obra que a su vez, le rinde un sentido homenaje a la persona y al artista.
